Alberto VEV creó un alter ego para mostrarnos el camino por sus cuadros de colores tristes:
grises, blancos y tierras. Obras clásicas en óleo y escultura en vidrio de tono surrealista de
naturaleza contemporánea. En ella juegan lo figurativo y abstracto en espacios y formas
ambiguas y sin sexo que reflejan fielmente su estilo dentro de una narrativa deductiva que nos
retrotrae desde su propia vorágine existencial, hasta una realidad extensible a la sociedad
occidental del siglo XXI y, más concretamente, a la perteneciente a los jóvenes creadores.
Sin identidad ni cronologías, el personaje de Alberto nos acompaña a lo largo de un conjunto
de obras que se comportan como un diario personal escrito por infortunios, idealizaciones y
mitos en una nube de nostalgia nacida desde la más profunda intimidad del artista. Elementos
inmanentes del universo creativo metamorfoseados en una balada expositiva que versa sobre
el rincón más oscuro del numen y conecta directamente con la situación actual de una
generación estancada, dispersa en la búsqueda insaciable de un futuro incierto.
Consigue captar el dolor y la inestabilidad de todos los nadies, supervivientes de esta
construcción constante que es el devenir. Se hace con frustraciones y las colma de pintura, o
las solidifica y esculpe, o las atraviesa con luz para proyectarlas distorsionadas. Sus
figuraciones intuidas nos mantienen suspendidos en una vaporosa levedad que nos vuelve
invisibles, híbridos, nostálgicos. Nos recuerda el fino hilo de lo inmutable, nos encara a la nada.
Nos advierte de lo impensable: cualquier fracaso revela nuestra propia esencia.
Carmela González-Alorda